“Siempre al borde de algún fin del mundo”. Entrevista a Gabriela Guerra Rey

Jul 12, 2022 | Entrevistas

Miguel Antonio Guevara

Gabriela Guerra Rey es una destacada escritora y periodista cubano-mexicana con decenas de libros y premios en distintos géneros. El libro de los destinos inciertos es su nuevo título y en MenteKupa quisimos conversar con ella a propósito de su trabajo escritural y por supuesto, las motivaciones detrás de esta obra que llega a manos de las y los lectores gracias a Ediciones Equidistancias (Buenos Aires-Londres).

Gabriela, no solo eres escritora sino también directora editorial y periodística, uno podría pensar que son asuntos muy similares, sin embargo, la figura del editor y el escritor siempre han sido controvertidas y en tu caso es particular, tengo entendido que tu padre y madre se dedican al oficio (escritor y editora respectivamente) ¿cómo dialogan la Gabriela escritora creativa con la editora y la periodista?

Gracias, Miguel, y MenteKupa, por el espacio tan lindo.

¡Qué pregunta compleja esta! Voy a volar a los orígenes, para yo misma entender el entramado de estas tres vertientes que mencionas.

Mi padre, como dices, era escritor, poeta, y periodista también. Hizo algunas cosas muy destacadas en ese ámbito: escribió el primer libro sobre el Che, después de su muerte, Che Sierra adentro, que cuenta la travesía del guerrillero por la Sierra Maestra, montañas que compartió junto a Fidel Castro por el sueño de la Revolución cubana, que debía ser el sueño de la Revolución latinoamericana. Fue pionero del periodismo ecológico en la isla, con varios libros. Testimonió la última expedición en que fue visto un Carpintero Real antes de declararse su extinción. Anunció oficialmente su extinción una noticia que lo entristeció para siempre. Escribió este libro de entrevistas a José Lezama Lima, Para leer debajo de un Sicomoro, que recientemente publicamos en editorial Aquitania. Pero fue también un poeta excepcional: algunos versos suyos se divulgarán algún día por toda Hispanoamérica, como soñaba Cardenal, y como sueña cualquier poeta.

También es cierto que desde que tengo conciencia vi a mi madre sentada a la mesa, con mamotretos de hojas impresas y un lápiz, corrigiendo no solo los textos de mi padre, sobre todo, los de la editorial donde trabajaba. Estoy hablando de los ochenta y principios de los noventa. A los diez años por primera vez me senté con ella frente a un enorme volumen de la colección Historia de Cuba. Aprendí Historia allí con ella, en medio del Periodo Especial, revisando comas, citas y los intríngulis de la oración, mientras el mundo se desmoronaba alrededor nuestro. Ella fue siempre muy recta conmigo con la gramática y la ortografía. Y me hizo entender el significado de las palabras. El viejo les puso a esas palabras sensibilidad y poesía. Y en algún momento, algo de ese mundo exquisito que me rodeaba se transformó en una historia, después en una crónica, a veces en un proyecto de poema.

Después de la universidad fui al Instituto Internacional de Periodismo, y de ahí salí para Prensa Latina. En esos años comenzó la vorágine. Escribía dramatizados de radio, guiones de cine, notas periodísticas, artículos de interés y todo lo que vivía. Me enamoré con una fuerza telúrica del Periodismo. Tenía al maestro en casa. Tenía a la editora, que nunca dejó de revisar cada texto. Tenía un sueño aún no descubierto. Y estaba, ahora lo sé, aprendiendo el oficio de escribir.

Ahora no puedo concebir una cosa sin la otra. Editar libros es una forma de ayudar a nacer las historias que yo no podría escribir. Escribir historias es mi refugio contra el desaliento de la vida. Y el Periodismo sigue siendo una zona de escape, sobre todo porque ya solo hago lo que me interesa mucho.

El Periodismo te da capacidad de sintetizar ideas en frases contundentes, la habilidad de la investigación y el reconocimiento de lo valioso, y la convicción de estar haciendo algo bueno por el mundo. Lo mismo, en definitiva, que la edición de libros. La escritura, en cambio, es el paraíso deseado, el lugar donde todo es posible, el gran abismo hacia la libertad.

Llamas a El libro de los destinos inciertos “tus hijos de la pandemia”, cuéntamos por qué y además, háblanos de ese maravilloso título.

¡Ah!, El libro de los destinos inciertos. Gracias por darme la oportunidad de hablar de este hijo nuevecito. Ocurrió durante 2020. Los primeros meses tuve un impacto de incertidumbre sobre lo que nos estaba ocurriendo. Se desmoronaba un tiempo de viajes, montañas, aventuras, de libros en otros países, hijos que me hacían volar hacia Suramérica, Europa, en mi propio México. De pronto estábamos allí detenidos en un rincón de una ciudad cualquiera, sin movernos, extirpados de la vida. Dentro de mi casa pasaba lo que todo escritor sueña: tenía tiempo para escribir; sin trabajo ni obligaciones profesionales. Sin embargo, durante algunas semanas viví una parálisis demoníaca.

Un día, impulsada por un sueño, comencé a escribir estos cuentos. Sentía que tenía que hacer algo radical para salvarme. Fue nuevo y vertiginoso. Hoy creo que fue mi subterfugio frente a la pandemia, el desconsuelo de las muertes. Salieron estos personajes y estas historias que has visto, y que hoy comparto con los lectores. Tienen que estar traspasadas de incertidumbres; son sus hijos también.

La enfermedad, lo fantasmal, la locura… están presentes como temáticas en algunos de los relatos, sin embargo, parece que hay un hilo de incertidumbre que atraviesa todo el libro, en La epidemia del no sueño, dices “el mundo como lo conocíamos cambió…” por favor háblanos de eso, de tus temáticas, ¿ya habías explorado esto antes o es el empuje pandémico que te llevó a este tipo de relatos?

Algo excepcional fue provocado por la pandemia. Hacía unos poquitos años había publica Los amores prohibidos de la muerte, mi primer libro de relatos, que compiló cuentos de diez años. Ahora, de pronto, en unos pocos meses, estaba escribiendo varios cuentos a la semana. Escribí más de sesenta ese año. Fue descomunal. Pensaba mucho en el fin del mundo. No me preocupaba mi vida particularmente, pero sí decir lo que creía que tenía que decir, dejarlo escrito, que tal vez reivindicara a otros en el futuro. En todo caso, quería ocuparme en algo digno, una elección ante la paranoia y la desesperación. Creo que el tema central que me movía era la vida en el pueblo; me mueve desde Bahía de Sal. Soy una creyente fervorosa de que la humanidad es una gran aldea que aglutina a miles de pequeñas aldeas. Y que todos somos aldeanos de una forma u otra. Decía Martí en “Nuestra América”: “Cree el aldeano vanidoso que el mundo entero es su aldea…”. La miseria es algo que vive más en nosotros que afuera.

Luego, vamos a los centros neurálgicos que nos habitan: la muerte, el amor, la locura. La locura es un tema central para mí. Tuve dos abuelas con Alzheimer; me marcó mucho lo que ocurrió en sus cabezas durante el proceso, fue doloroso, y el dolor puede ser un buen condicionante para la literatura. Es en sí otro gran tema.

Aquí creo que trabajé por primera vez a conciencia la ficción de los convencionalismos. Me parece que vivimos rodeados de absurdos, de inútiles, ignorantes de las verdades más esenciales. Es una especie de queja civilizatoria.

Como ves, este libro elige a personajes con destinos inciertos, siempre al borde de algún fin del mundo.

“Yo no tenía idea de lo que estaba haciendo cuando empecé a escribir Bahía de Sal”, le comentas a Amilkar Feria Flores en una entrevista a propósito de tu novela ganadora del Premio Juan Rulfo, en este momento, ¿qué dirías? ¿cómo han cambiado las cosas?

Es curioso que hace un rato hablaba de este tema con mi amiga y socia de la editorial, Annia Galano, sentadas a la orilla del lago de Tequesquitengo, a un par de horas de la Ciudad de México. Cuando empiezas a escribir una primera novela, sobre todo si eres joven aún, casi nunca tienes idea de lo que estás haciendo. Es un instinto, una necesidad. Yo creo que esa primera novela se ha estado gestando toda la vida en la cabeza y en el corazón. Necesitas que alguien te diga que vas bien, estás lleno de temores. Es una etapa muy linda y tal vez desprovista de la angustia de después. No sabes, así que haces lo que te sale. Yo creo que Bahía de Sal salió bien porque fue escrita con el corazón.

Ahora soy mucho más racional, conozco estructuras, estrategias literarias, recursos, narradores, voces; sé lo que funciona o no. Sin embargo, Miguel, debo confesarte que, a la hora de sentarme a escribir, dejo que sea el instinto el que me lleve; es para mí el proceso más placentero y no estoy del todo inconforme con sus resultados. A mis escritores de talleres, no obstante, les aconsejo que aprendan lo que hay que aprender para expandir las posibilidades literarias. Yo las aprendí. Me parece imprescindible.

También hay metaliteratura y homenajes en El libro de los destinos inciertos, por ejemplo, está el caso del relato Macondo. Háblanos de tus lecturas e influencias, cómo operan en tu manera de escribir e idear tus proyectos de escritura.

Macondo es una influencia perenne para los escritores latinoamericanos al menos. Y yo, que privilegio las historias de los pueblos, no podría negar la influencia de García Márquez o de Rulfo. No voy a detenerme ahí, porque mis referentes literarios pueden ser interminables. Una vez hice una lista de más de setenta; por suerte, a mi entrevistador le pareció gracioso. En todo caso, no quisiera agobiar lectores. Pero me gusta la idea de pensar cómo operan las lecturas vividas en la manera de escribir. Lo que sucede en el mundo de la literatura es siempre mágico para mí, a veces inexplicable. Ocurre, simplemente, en medio de la línea de fuego.

Para escribir echamos mano de aquello que hemos sentido, y algunas de las aventuras más impactantes que he vivido están en la lectura, en las historias que me acompañaron en un tramo del camino, o como los Macondo, toda la vida. Aparecen y cobran sentido, es mi razón poética, quizás. Me quedo con la pregunta para pensarla y algún día tal vez logre respondérmela del todo.

¿Eres de esas escritoras que tienen alguna cábala de escritura? Isabel Allende dice que comienza sus novelas un ocho de enero… Por favor háblanos de eso o de alguno de tus hábitos de escritura, ¿escribes a mano, en computadora? ¿O eres como un personaje de Paul Auster que lleva consigo alguna libreta sacada de una papelería mágica?

Mi padre me habló alguna vez muy joven de llevar siempre una libreta y anotar todo en ella. Pero es posible que entonces yo no tuviera muchas ideas, porque nada me parecía tan importante para escribirlo al acto. Ahora sí, ahora tengo varias libretas, alguna dedicada a un único proyecto, y alguna en la que voy escribiendo cosas, posibles historias, ideas que me parecen interesantes. A veces mueren antes de nacer, pero otras terminan siendo un cuento o una novela. Hoy esto me resulta indispensable.

Las notas a veces van a mano, en la libreta, ayuda a ponerlas en orden. Pero el proceso y la historia ocurren completamente en la computadora. García Márquez pensaba que, si hubiera tenido una computadora cuarenta años antes, hubiera escrito cuarenta novelas más.

Antes creía que después de terminar una obra de largo aliento debía esperar un tiempo para comenzar otra. Dejarme caer al fondo y resurgir. Hoy sospecho que eso es lo que había visto hacer a mi viejo, así era él. Ahora mismo tengo varios proyectos en el cajón, esperando su momento, algunos incluso con una esquina abierta. En el camino siempre se me ocurren otros. Empiezo cualquier día, trato de no hacerlo ceremonial para no inventarme excusas. Las únicas cosas que realmente necesito son concentración, soledad y estar muy involucrada con la historia.

¿Estás trabajando en algún proyecto creativo actualmente?

Tengo muchos proyectos, decía, que me apasionan. Pero voy a elegir el que más me mueve hoy. Trabajo en una trilogía de novelas, de la cual Bahía de Sal será la primera. La Trilogía del Agua. Las historias de tres pueblos vinculados al agua. En el caso de Bahía de Sal, a una bahía en una isla, el sitio del que se parte a algún destino. La segunda, alrededor de una laguna, en tierra continental, espacio al que se llega, pero que se sabe de tránsito; es el lugar que se atraviesa. Está ya escrita, aún inédita. Y, finalmente, un pueblo de playa: lugar al que se llega como destino, refugio al final del largo camino de sus personajes. En la tercera, trabajo ahora con entusiasmo, con esperanzas. Si sale como lo he soñado, podría sentirme satisfecha, al menos por un tiempo.

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